Melchisedech D. Angulo Torres/ Politólogo
La confirmación de un contacto telefónico "respetuoso y cordial" entre el presidente venezolano, Nicolás Maduro, y el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha irrumpido en el escenario geopolítico como un relámpago en medio de la tormenta.
Ocurrida bajo la sombra de un despliegue militar estadounidense sin precedentes en el Caribe y acusaciones formales de narcoterrorismo contra la cúpula venezolana, esta conversación, revelada por el propio mandatario venezolano, no es un mero incidente diplomático; es un acto cargado de significado estratégico que plantea interrogantes fundamentales sobre el futuro de la política de "máxima presión" de Washington y las opciones tácticas de Caracas.
El diálogo, justificado por Maduro bajo el principio de la "prudencia diplomática", le otorga a Venezuela una victoria propagandística al establecer una paridad de trato que la política exterior de EE. UU. le había negado sistemáticamente.
Este evento extraordinario se produce en un contexto de máxima tensión. Los Estados Unidos han escalado la confrontación con un amplio despliegue de activos del Comando Sur con el pretexto de una operación antidroga, a la par que el Departamento de Justicia ha puesto precio a la cabeza de Maduro.
La respuesta de Caracas ha sido una denuncia constante de la "amenaza imperial" y un "bloqueo criminal" que busca doblegar a la nación. Es en este clima beligerante donde la llamada se convierte en un símbolo de la resistencia: demuestra que, a pesar de la coerción, el Gobierno Bolivariano mantiene abiertos los canales diplomáticos al más alto nivel.
La postura venezolana es clara: buscar la "paz con dignidad, independencia y respeto", rechazando cualquier negociación que implique la rendición o la subordinación.
La versión pública de la llamada, cuidadosamente manejada por el Palacio de Miraflores, enfatiza la cordialidad y el respeto del intercambio. Esta narrativa busca legitimar al gobierno ante la opinión pública nacional e internacional, demostrando que incluso el "imperio" se ve obligado a reconocer la existencia de un interlocutor válido en Caracas.
El silencio de Trump, quien solo la describió como "breve" y elusiva con un "veremos qué pasa", subraya la incomodidad de Washington ante un diálogo que desmantela su estrategia de aislar y desconocer. El núcleo duro de la negociación, lo no dicho —la posible flexibilización de sanciones, los calendarios electorales, las garantías mutuas—, yace en la sombra, esperando que el canal de alto nivel defina si es una apertura real o una cortina de humo.
Para Caracas, las motivaciones de este contacto son claras: la llamada funciona como un acto de legitimación y una poderosa herramienta para ganar tiempo.
Al romper el ritmo de la presión, Maduro consigue dividir a la oposición interna que apostaba por la escalada y fuerza a los aliados regionales de Washington a reevaluar su postura. Es una exploración de una tabla de salvación en un momento de colapso económico agravado por las sanciones y la pandemia, buscando una posible descompresión a cambio de concesiones políticas mínimas que no comprometan la soberanía. Si el diálogo se quiebra, la responsabilidad recaerá sobre un Washington que, tras el gesto, quedaría expuesto como intransigente.
@_Melchisedech
